Norberto

“El hombre que se lo creyó todo”. Así le definió un reconocido crítico gastronómico, en alusión a esa personalidad, mezcla de inocencia e ilusión juveniles, que le ha guiado toda su vida.

Norberto nació en 1946 en San Vicente del Raspeig, Alicante. Su espíritu aventurero y su debilidad por la chica noruega que conoció en Madrid resultaron ser incompatibles con la carrera de ingeniero aeronáutico que estaba estudiando. Con poco más que su guitarra, su traje de tuno y una buena dosis de ilusión y amor, se fue abriendo camino hacia el norte de Europa, instalándose finalmente en Oslo. Fue precisamente en esta ciudad donde empezó su trayectoria como mesonero. Allá por el año 1974 abrió sus puertas el restaurante de cocina española Sancho. Sin ninguna experiencia en el gremio, la mayor influencia y los mejores consejos vinieron de quien le ha acompañado durante toda su trayectoria profesional hasta el día de hoy: su madre, Carmen. Fue gracias a largas y costosas llamadas telefónicas que el joven tuno pudo empezar a defenderse en los fogones. Los nórdicos valoraron más, sin duda, el carácter alegre y español del restaurante y su dueño que la elaboración de las recetas……

La experiencia abrió la caja de Pandora y ya no había vuelta atrás. Los siguientes años se los pasó formándose con algunos de los cocineros más emblemáticos del momento. Estuvo largas temporadas cocinando y aprendiendo en casas tan ilustres como Duque en Segovia, Jockey en Madrid, Dominique Toulousy en Toulouse o Juan Mari Arzak en San Sebastián.

Su segundo restaurante, Norberto, ya fue producto de la necesidad del joven chef de hacerse un hueco en el panorama gastronómico. Con una cocina más sofisticada, la célebre revista parisina Gault et Millau lo nombró en 1980 como “el mejor restaurante de la capital noruega” y Norberto recibió el premio al mejor cocinero español en el extranjero.

“Nadie es profeta en su tierra”. Si fue por el reto o simplemente por morriña, ni él lo tiene claro. En 1982 abre La Moñica en el pueblo de su infancia, San Vicente del Raspeig. Con la ilusión y responsabilidad de sentirse como el “hijo predilecto que vuelve de las Américas”, se entrega a este proyecto con todo su corazón, desplegando lo aprendido en ya más de diez años de profesión. Su esfuerzo se verá compensado con la obtención para el restaurante de una estrella Michelín, la primera en la historia de la ciudad de Alicante.

Siendo Norberto más artesano que empresario, el empeño por conseguir la segunda estrella de la prestigiosa guía francesa culminó antes de lo previsto, pues – y en palabras suyas: “no fuimos estrellados, sino que nos estrellamos solitos, sin la ayuda de nadie”.

Hubo que empezar de nuevo y Madrid fue el próximo destino profesional y personal. Tras un breve periodo en el ilustre Figón de Santiago, Norberto abre Casa Benigna en una escondida calle de Madrid. En un principio atiende a los clientes él sólo o, como mucho, con la ayuda de su hijo Lars en la sala. Es en esta casa donde la evolución culinaria de Norberto vuelve finalmente a sus orígenes y a la cocina que siempre ha recordado de su infancia. De alguna manera, se cierra el círculo. Con la ayuda de Carmen, su madre, todo el esfuerzo se centra en rescatar el recetario tradicional levantino y, en especial, los arroces secos a la valenciana. Su carácter inquieto e inconformista de siempre le ha permitido acercarse a esa cocina con enfoques muy personales. Son innumerables las interpretaciones propias, los maridajes, los utensilios creados – muchos de ellos patentados, como la Patella – que forman parte de lo que es hoy Casa Benigna.

Pero la transformación de Norberto no se ha limitado solamente a lo culinario. La mencionada vuelta a sus orígenes ha venido acompañada de una gran introspección y una necesidad de poder ayudar a los demás con lo que le han enseñado sus éxitos y, sobre todo, sus fracasos. La suya es una búsqueda generalizada por lo auténtico, por lo verdaderamente genuino, en cualquier ámbito. Lector empedernido, tiene una relación obsesiva con los libros y pocas cosas le gustan más que poder debatir con amigos sobre las cuestiones verdaderamente importantes de la vida.

Norberto sigue tan activo como siempre y más espiritual que nunca. Si no te lo encuentras en Casa Benigna probablemente estará en su estudio, sumergido en el último libro que especula sobre el devenir de la humanidad; bajo una encina buscando la paz profunda a través de la meditación o bien en su cocina elaborando una nueva interpretación de alguna de sus recetas de siempre.

Carmen

Muchos le llaman “Benigna”, suponiendo que el nombre del restaurante viene del suyo.  Y aunque no sea el caso, ningún otro nombre le podría describir mejor. Carmen es la madre de Norberto y ha sido una de sus principales fuentes de inspiración.

En su San Vicente del Raspeig natal regentaba una tienda de ultramarinos. Era el típico lugar donde apasionadas conversaciones sobre recetas y tradiciones culinarias formaban parte del día a día. Y aunque al pequeño Norberto no le interesara todavía estos debates, sin duda fue cultivando su paladar con la comida que su madre preparaba en casa. Carmen, sin ser consciente de ello, estaba formando a su hijo cultural y sensorialmente para su futuro profesional.

En ella encontramos el mismo espíritu aventurero, las ganas de aprender y la constante curiosidad, tan propios de su hijo. Pero siendo la hermana mayor de tres hermanos y con un padre en el exilio tras la Guerra Civil, las responsabilidades familiares no le permitieron de joven realizar todos sus sueños. No obstante, ha vivido como suya la aventura vital de su hijo y todo lo que no viajó entonces lo ha hecho posteriormente. Ya sea tomando parte en congresos sobre la dieta mediterránea en Grecia o Italia, dando conferencias sobre el recetario de la ama de casa alicantina en Londres o impartiendo clases de cocina tradicional levantina a los alumnos de la prestigiosa academia The Culinary Institute of America en California, Carmen ha podido satisfacer sus deseos de ver y conocer mundo.

Pero para muchos será siempre el verla sentada en su mesa en la entrada de Casa Benigna y dándoles la bienvenida la imagen que tendrán de ella. Aunque su espíritu sigue joven, no pasa lo mismo con su cuerpo. A sus casi 95 años de edad, no encuentra ya las fuerzas como para acudir al restaurante, a pesar de que nada le guste más que poder saludar, recibir y compartir sus vivencias con la gente.

El Equipo

Hay un antes y después en la historia de nuestro restaurante. En el año 2000 se presentó en nuestra puerta una persona con una fantástica sonrisa ofreciendo sus servicios. El joven de origen filipino compensaba de largo su relativa falta de dominio del idioma español con sus ganas de aprender, su alegría e ilusión. Aquel chico no fue otro que Eduardo Gregorio.

Adoptó como suya la filosofía de la casa y posteriormente la perfiló como nadie. No tardó mucho en desempeñar funciones de responsabilidad y para muchos es la persona de confianza y la cara más visible de nuestro restaurante.

Otra de las inestimables aportaciones de Eduardo a la casa es su popularidad social, y en especial dentro de la comunidad filipina de Madrid. Esto ha permitido a Casa Benigna contar desde entonces con un grupo de personas completamente “benignas”, que más que un equipo somos una familia.

De hecho, al poco tiempo se unió a nosotros su hermana Gina, otro pilar fundamental de la casa. Además de su afabilidad, Gina trajo una gran dosis de eficacia organizativa.

Ryan es ese tipo de persona con la que todo el mundo se siente especialmente a gusto en su presencia. Atiende siempre con extrema delicadeza y su mezcla de discreción y sentido de la responsabilidad, además de su sonrisa franca, hace que sea un ejemplo a seguir para todos nosotros.

Allan es el marido de Gina, y como máximo responsable de la cocina de Casa Benigna conoce mejor que nadie los secretos de nuestras recetas. Y aunque nos promete que nunca nos abandonará, como “sabe demasiado” le tenemos muy vigilado para que no nos lo secuestren.

Más recientes son las incorporaciones en cocina de Henry y Mark, aunque tenemos la sensación de que llevan con nosotros toda la vida. Ambos son cocineros natos que disfrutan enormemente de su trabajo. Da gusto verles metidos en faena y esperamos poder contar con su ayuda por mucho tiempo.

En último lugar, y no por ello menos importante, está alguien que se ha ganado el respeto de todos de una manera arrolladora. Consuelo vino en un principio para atender a Carmen y ahora cuida a todos nosotros.